Por Walter Edgardo Eckart
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Resulta tristemente paradigmática la "obsesión" por el poder (y sus derivados) que no se han cansado de manifestar los Kirchners durante estos años, bajo el permanente slogan , primero implícito y hoy por hoy explícito, de "seducir" y "dividir" para triunfar.
Desde la segunda mitad del mandato de Néstor Kirchner, fue manifiesta su intención de instaurar una especie de "unipartidismo camuflado"; para adquirir algo parecido a "la suma del poder político", más o menos como en el segundo período de Juan Manuel de Rosas.
También fue manifiesta la actitud de quienes en su momento estuvieron deseosos por integrar sus filas. Dirigentes de distintos partidos que quisieron ser un “K”, sin percibir que se transformaban en una especie de "híbridos". Pobres híbridos de identidad, ideología y ambiciones desconocidas, preocupados casi siempre por reafirmar sus raíces y convicciones, al mismo tiempo que exaltaban la "normalidad y naturalidad" de su proceder en contrario.
En esos tiempos, en cierta forma esto podría resultar entendible.
En efecto, la historia política de la mayoría de los países democráticos del mundo, ha combinado dos componentes que se han alternado a través de los años, preponderando uno por sobre el otro.
Por una parte, está lo que podríamos llamar el componente de la “institucionalidad estadista”. Es cuando un gobernante, a veces no muy audaz en lo personal (aunque manteniendo una cuota necesaria de liderazgo), gobierna al país más bien descansando en la herramientas institucionales que el mismo estado le proporciona, y no tanto confiando en sus propios dotes personales.
Por otra, está el componente del “carisma” (del griego χάρισμα – jarisma), el cual se refiere a una “capacidad singular”, a una “cualidad”, que poseen en forma natural ciertas personas (como líderes religiosos, políticos, etc.), en virtud de la cual pueden convencer fácilmente a sus seguidores, motivar casi sin esfuerzo la atención y la admiración de otros, gracias –precisamente- a esta capacidad casi magnética de su “personalidad” o de la “apariencia” que transmiten a la sociedad de la misma.
Pero el líder carismático, como contrapartida, está expuesto a un peligro que deviene de su propia condición: tan seguro se puede sentir respecto de lo que piensa, de lo que hace, y del control que ejerce sobre las masas, que puede tener la tentación de potenciar hasta el extremo sus convicciones y control del pueblo, al punto de cerrarse en si mismo, desechando todo lo sea en contrario, y asumir que posee tal grado de perfección que sólo él tiene la verdad en su mayor expresión humana, y que –por lo tanto- debe hace caso omiso a eventuales críticas o posturas distintas, y reafirmar “siempre” su propio criterio. Es cuando el “carisma” se degenera en la versión negativa del “mesianismo”.
En este sentido, un gobernante “carismático”, puede resultar para un pueblo, una especie de caja de Pandora. Si mantiene la “normalidad” puede, por ejemplo, revertir extraordinariamente las deficiencias y males de su país. Pero si se extralimita, “si se la cree”, comienza a ejercer un rol “mesiánico” que, casi indefectiblemente, traerá a corto, mediano o largo plazo, más males que los que ya tenía el país, y la propia decadencia del líder.
Aparentemente, esto último es lo que ha sucedido con Kirchner y por eso hoy el escenario es prácticamente el inverso al de aquellos años.
La triunfalista seducción inicial a la dirigencia y al pueblo, fue sustituida por la amenaza y el rencor, que casi siempre se traduce en venganza.
Los ideales propuestos como objetivos a alcanzar desde el esfuerzo, desde lo institucional, lo federal y la racionalidad, dejaron su lugar para dar paso a un sinnúmero de promesas insulsas, mentiras sistemáticas y mil formas de manipulación del electorado.
Los que antes se esmeraban en ingresar a sus filas, ahora buscan como salirse, aún cuando lo hagan en forma todavía temerosa e insegura.
El discurso y el gesto, orientados a “dividir para triunfar”, que por mucho tiempo logró mantener “a raya” a opositores y adversarios, perdió su eficacia, se desplomó y fue sorprendido por lo impensado: una nueva voz se alzó, desde el campo y la producción; una voz (de la cual poco sabía), que expresó sus reclamos, que no se asustó por el poder del líder ni el de su entorno, que fue descubriendo sus artimañas, que despertó las conciencias de dirigentes y ciudadanos, que permaneció unida a pesar de las diferencias internas, y que sirvió de ejemplo para que otros sectores de la política los imitara, buscando consensos a partir de las coincidencias y más allá de la diferencias.
Seguramente no debe ser fácil soportar con cordura un giro tan acentuado. Sin embargo era previsible, porque finalmente... en la vida como en la política... se sigue cumpliendo aquello de “cosecharás tu siembra....”.
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COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES:
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Alcides – Clorinda -Formosa -Argentina
Al final del ultimo párrafo podríamos agregar eso de “…….recoge tempestades”.
En el colmo de la incredulidad (de mi parte), -en base a antecedentes que ofrece la historia reciente relacionado a la degradación de la política-, muy temerariamente alcancé a cavilar que la reacción de algunos legisladores podría estar “consensuada”. Sin pretender ofensa alguna.
Sin embargo, al acrecentarse el número, considero que son balbuceos de un nuevo tiempo. Siempre que el arrepentimiento sea honesto, claro está.
Siguen muchísimos obsecuentes (o “socios”) que observan con deleite el descaro con que se utilizan los bienes públicos en beneficio propio. ¿Se sentirá/n impune/s?. Y entonces esgrimen las defensas.
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